Croacia: Donde el mar escribe sobre piedra y el pasado no se va
Croacia me recibió como esos libros antiguos con bordes gastados: sin pedir permiso y con la promesa tácita de una historia densa, bella y herida. Cada ciudad que visité tenía el sabor del tiempo, del Mediterráneo, del rumor de lo que fue y aún persiste en las esquinas.
Dubrovnik fue el comienzo. La ciudad amurallada me hizo sentir dentro de una historia que ya conocía pero no había vivido. Las piedras de sus calles resbalaban como si el tiempo las hubiera pulido con paciencia. Caminar por sus murallas al atardecer fue como leer un poema épico con la cadencia del mar de fondo. Me detuve en silencio más de una vez. Allí, la belleza no necesita presentación: te envuelve, te abruma, y te deja quieto.
En Hvar, el Mediterráneo brillaba con una arrogancia serena. El sol parecía estar más cerca, y el agua era un cristal inquieto. La isla tiene algo de refugio, de lugar inventado por alguien que sabía lo que necesitaba el alma cansada. Allí, las noches se viven lento, con vino claro, música lejana y una luna que no se esconde.
Split fue contraste. La modernidad convive con los restos del imperio como si nada. Dentro del Palacio de Diocleciano, vi cafés, tiendas, vidas modernas abriéndose paso entre columnas romanas. Pensé en cómo los humanos insistimos en vivir dentro de las ruinas sin querer reconstruir del todo. Quizá porque entendemos, en el fondo, que las grietas también cuentan la verdad.
Trogir fue un suspiro inesperado. Pequeña, hermosa, detenida en el tiempo. Sus calles estrechas me recordaron que a veces no hay que buscar mucho: basta con dejarse llevar por el sonido de los pasos y el aroma del pan recién hecho. Me senté en una plaza con un libro que no leí, porque el paisaje me hablaba más claro que las páginas.
Y finalmente, Zagreb. Ciudad interior, más discreta, menos turística, pero profundamente viva. Allí caminé sin mapa, como suelo hacerlo cuando quiero encontrarme. Entre tranvías, cafés y librerías escondidas, entendí que Croacia no es solo costa: es memoria, contradicción, y una suave melancolía balcánica que se te queda en la piel.
Croacia me habló con su mar, pero también con su piedra. Con sus cicatrices, pero también con su capacidad de seguir celebrando. Allí aprendí que el viaje no siempre es descubrimiento; a veces, es recordatorio. De lo que somos. De lo que fuimos. De lo que aún podemos ser si nos dejamos tocar por lo que el mundo tiene que decir.
Ramón Montes Palomino
Dubrovnik
Croacia
Dubrovnik
Croacia
Dubrovnik
Croacia
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Croacia
Zagreb
Croacia
Zagreb
Croacia
Zagreb
Croacia
Zagreb
Croacia
Hvar
Croacia
Hvar
Croacia
Hvar
Croacia
Hvar
Croacia
Split
Croacia
Split
Croacia
Split
Croacia
Split
Croacia
Trogir
Croacia
Trogir
Croacia
Trogir
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